4.9.10

Rosario del Amor Guadalupano


Rosario del Amor Guadalupano


Apartir de las 5:00 p.m.


rosarioguadalupano.com

Reunido el pueblo, el Arzobispo con los ministros van a la explanada en frente del Bautisterio, mientras se entona el canto de entrada.
Cuando llega al lugar del inicio de la celebración, el Arzobispo con los ministros hace la debida reverencia a la cruz, si se juzga oportuno, inciensa la cruz.

Terminado el canto de entrada, el Arzobispo dice:

Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

Todos: Amén.

El Arzobispo, extendiendo las manos, saluda al pueblo con las siguientes palabras:

El Señor esté con ustedes.

Todos: Y con tu espíritu.

El Arzobispo, el diácono u otro ministro idóneo hace la siguiente introducción al Rosario.
Se prende la Vela Grande y entonando el Credo se va tomado de esta luz

Creo en un solo Dios,
Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra,
de todo lo visible y lo invisible.


Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros, los hombres,
y por nuestra salvación bajó del cielo,
En las palabras que siguen, hasta y se hizo hombre, todos se inclinan.
y por obra del Espíritu Santo
se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre;
y por nuestra causa fue crucificado
en tiempos de Poncio Pilato,
padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día, según las Escrituras,
y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria
para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo
recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia,
que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo
para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro.
Amén.







PRIMERA ESTACIÓN


El Lector inicia la introducción de la Primera Estación.

El Bautismo.

Juan Diego, su esposa María Lucía y su tío Juan Bernardino fueron bautizados en torno a los años 1524-1525. Juan Diego, cuyo nombre indígena era Cuauhtlatoatzin, “águila que habla cosas divinas” o “mensajero de las cosas divinas”; exactamente como Juan el Bautista, mensajero de Dios, o como el Evangelista san Juan que escribió el libro del Apocalipsis en donde escribe, bajo la inspiración divina: “una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies, está en cinta” (Jn 12, 1).
“Juanito, Juan Diegotzin” es lo primero que pronuncia Santa María de Guadalupe, su nombre cristiano: “Juan Diego”, y con la terminación “tzin” que en náhuatl significa “dignidad”; de esta manera, Santa María de Guadalupe ha pronunciado el nombre de bautizo del humilde laico y le confirma su dignidad. En Santa María de Guadalupe, la Virgen Morena de rostro mestizo, se realiza una de las unidades más grandiosas; Ella es Madre de todos los pueblos; Ella nos une a todos como hermanos, con un solo corazón en el mismo amor de Dios y es en este amor en donde nosotros llegamos a la plenitud de nuestra misma dignidad. Desde el primer momento, Ella hace de nosotros una sola familia unida en el amor de Dios.
La luz de Dios, por medio de Santa María de Guadalupe, ilumina nuestro camino, poco a poco la flama del amor de Dios nos quema y nos invade purificándonos, el bautismo es con agua y con Espíritu Santo, que es el fuego del amor. Un bautismo que nos hace verdaderos hijos de Dios.
Santa María de Guadalupe nos llama precisamente con el nombre que nos dieron en el Bautismo lleno de dignidad, ternura y amor; somos hijos de Dios, somos católicos y tenemos una misión: el tener en nuestro ser a Dios para colaborar con Él y construir un mundo lleno de armonía y fraternidad; un mundo lleno de justicia y de paz; un mundo pleno en la libertad que nos da Dios; un mundo que necesita la verdadera independencia del egoísmo, del odio, del rencor, dejar toda injusticia y desesperación, quitarnos las cadenas de la esclavitud del pecado y unirnos más y más en la plenitud del amor libre de Dios.

El Arzobispo: Oremos: Santa María de Guadalupe, que nos llamas por nuestro nombre que se nos dio en el bautismo, ayúdanos a tener un corazón humilde para abrir las puertas de nuestra existencia y dejar entrar en ella a quien nos da la vida y la verdadera libertad, desde nuestro bautismo.

Todos: Amén

Se inicia un canto y se camina hacia lo alto del cerrito, hasta llegar la explanada enfrente de la capilla del cerrito.

Padre nuestro…

10 Aves Marías…

Gloria…

María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora.




SEGUNDA ESTACIÓN


El Lector inicia la introducción de la Segunda Estación

La Eucaristía.

Santa María de Guadalupe es la Mujer Eucarística. Ella es el Sagrario Inmaculado donde se encuentra el Sol de Justicia, Ella es el Arca Viviente de la Alianza, Ella nos trae a Jesucristo Eucaristía.
Santa María de Guadalupe hace una maravillosa inculturación en un ser humano, en un corazón que es como tierra fértil en donde la verdad de Dios, las semillas de la Palabra, pueden desarrollarse en la verdadera fe; y es aquí en donde Ella pide la construcción de un templo, casita sagrada. En el primer diálogo que Santa María de Guadalupe tiene con Juan Diego, laico indígena de cultura texcocana y de mentalidad tolteca. Ella se presenta diciéndole: “Yo tengo el honor y la dicha de ser la Madre del arraigadísimo Dios”, del “Dador de vida, por quien se vive”, “el Creador de las personas”, “el Dueño de la cercanía y de la inmediación”, “el Dueño del cielo y de la tierra”.
Santa María de Guadalupe nos dice que es la Madre de ese Dios vivo y verdadero que el corazón indígena, como el de cualquier ser humano, tanto anhelaba, tanto clamaba, tanto quería; y este Dios es un Dios tan cercano y tan amoroso que por ello viene a encontrarse contigo, es como si la Virgen de Guadalupe nos dijera: “quiero que se construya una casita sagrada, un templo, para darles ese amor que es el mismo Dios Omnipotente que se hace hombre, que se encarna; que es tan humilde, que ha querido venir Él mismo ante ustedes, por medio de mí, Él ha querido que lo trajera en mi inmaculado vientre pues quiere quedarse con ustedes, vivir en su corazón; quedarse con todos, con cada uno de sus hijos. Sí, mi Hijo Jesucristo quiere entregarse totalmente a cada uno de ustedes, con su cuerpo y su sangre; es el pan sagrado que se comparte en cada Eucaristía, es la sangre que se derrama para limpiar todo pecado; simplemente porque los ama, porque sólo en Él encontrarán la auténtica libertad.
Precisamente, Santa María de Guadalupe nos coloca exactamente en donde está su amado Hijo, por ello le dice a san Juan Diego: “estás en el hueco de mi manto en el cruce de mis brazos”. Por medio de Santa María de Guadalupe tenemos la oportunidad de estar en comunión plena con ese mismo Dios.

El Arzobispo: Oremos: Santa María de Guadalupe que pides se construya una casita sagrada, un templo, lugar de encuentro y comunión con Dios y con el hermano, ayúdanos a iniciar su construcción desde nuestro corazón para que en él habite hoy y siempre Jesucristo nuestro Señor.

Todos: Amén

Se canta y se camina hacia el lado Este del cerrito del Tepeyac, al llegar a la explanada enfrente del conjunto escultórico llamado: “La Ofrenda”.

Padre nuestro…

10 Aves Marías…

Gloria…

María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora.




TERCERA ESTACIÓN


El Lector inicia la introducción de la Tercera Estación

La Unción de los enfermos.

“Y al día siguiente, lunes, cuando Juan Diego debía llevar alguna señal para ser creído, ya no volvió. Porque cuando fue a llegar a su casa, a un tío suyo, de nombre Juan Bernardino, se le había asentado la enfermedad, estaba muy grave […] Y cuando anocheció, le rogó su tío que cuando aún fuere de madrugada, aún a oscuras, saliera hacia acá, viniera a llamar a Tlatelolco a uno de los sacerdotes para que fuera a confesarlo, para que fuera a prepararlo, porque eso ya estaba en su corazón, que en verdad ya era tiempo, que ya entonces moriría, porque ya no se levantaría, ya no se sanaría.” (Nican Mopohua, vv. 94-98)
Juan Bernardino, el tío anciano de Juan Diego, representa la síntesis de la catástrofe. Para la mentalidad indígena, el anciano representaba la raíz, la sabiduría, la autoridad, la historia, la identidad, la cultura del pueblo indígena, pero, en Juan Bernardino también está representado el mundo cristiano español desde que porta un nombre cristiano: Juan Bernardino. Él representa los dos mundos que se despedazan y están a punto de perecer, de morir; dos mundos que agonizan.
Dios, por medio de Santa María de Guadalupe, nos devuelve la salud, nos limpia de todo mal y se entrega a nosotros; y quiere que todo se constate ante el sacerdote, precisamente la Siempre Virgen Santa María de Guadalupe le pide al tío ya sano, ya bueno, que vaya ante el obispo, que se presente ante la iglesia y dé testimonio de lo que sucedió. María realiza exactamente lo que vemos en el Evangelio de cómo su Hijo Jesucristo al curar a los leprosos los envía a dar este mismo testimonio ante los sacerdotes.
Santa María de Guadalupe preparó al tío anciano no para bien morir, sino para bien vivir; es una verdadera unción que da la salud y, además, Ella, al entregar su nombre completo al anciano: “Santa María de Guadalupe”, Ella se entrega a sí misma y, en Ella, a su Hijo muy Amado; es decir, por medio de Ella, Jesucristo es la salud del anciano, Jesucristo el Mesías, el Ungido, es quien con su presencia unge al anciano, y con ello a la raíz, al fundamento de la verdad. Jesucristo es quien libera de la muerte por medio de su Madre, Santa María de Guadalupe.

El Arzobispo: Oremos: Santa María de Guadalupe que nos conduces a Aquel que es nuestra salud y nuestra salvación, ayúdanos a dar verdadero testimonio de que Él es el Mesías esperado, por quien los ciegos ven, los sordos oyen, los mudos proclaman que nuestro Salvador está en medio de nosotros, el vencedor de la muerte. María de Guadalupe enséñanos a ver, a escuchar, a proclamar y a seguir a tu Hijo, Jesucristo nuestro Señor.

Todos: Amén

Se canta y se camina hacia el Pocito.

Padre nuestro…

10 Aves Marías…

Gloria…

María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora.




CUARTA ESTACIÓN


El Lector inicia la introducción de la Cuarta Estación

La Confirmación

Es el “sí” de Juan Diego. Juan Diego había buscado a alguien que pudiera ayudar a su tío, alguien que pudiera darle la salud o mitigar su dolor. El sufrimiento del tío repercute en Juan Diego, quien de igual forma sufre, se siente impotente ante una adversidad que lo sobrepasa, y es el anciano tío quien le había pedido que fuera por un sacerdote, Juan Diego fue a toda prisa y cuando llegó aquí a este punto, cerca del Tepeyac, se acordó que un día antes debería haber estado aquí para llevarle la señal prometida al obispo, pero ahora tenía prisa, así que torció el camino, no sigue derecho, sino que le da la vuelta al cerro para no encontrarse con María, la Niña del cielo, no podía perder tiempo, necesitaba urgentemente un sacerdote.
Es Jesucristo por medio de Santa María de Guadalupe, quien desciende para encontrarse exactamente aquí con san Juan Diego; es Dios, por medio de su Madre, quien viene al encuentro del humilde laico.
Es en ese momento lleno de dolor, de desconcierto y de fatalismo, en donde Santa María de Guadalupe le dice las palabras más hermosas: “No tengas miedo ¿Acaso no estoy yo aquí que tengo el honor y la dicha de ser tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Acaso tienes necesidad de alguna otra cosa?” (Nican Mopohua, v. 119)
Y le asegura que su tío ya está bien, ya sanó, y Juan Diego lo cree. Juan Diego tiene fe en las palabras que salen de la boca de María y lleno de esperanza le pide le conceda la gracia de enviarlo al obispo con la señal prometida, Juan Diego le confirma su fe. De esta manera, su misión es una verdadera gracia y favor divino.
Este es el “sí” de Juan Diego, es la Confirmación de poner toda su vida en las manos de Dios por medio de Santa María de Guadalupe. El ser humano, que representa Juan Diego, confirma su fe, ahora está lleno de esperanza para vivir el amor. Juan Diego confirmó su fe, que en su momento se le había dado en el Bautismo, ahora se entrega plenamente a la libertad de estar en el corazón de Dios.

El Arzobispo: Oremos: Santa María de Guadalupe ayúdanos a confirmar nuestra fe en tu Hijo Amado, danos la fuerza y la inteligencia para proclamar con la voz, con el corazón y con las buenas obras, ante el verdadero Dios, nuestro “sí” de cada día y colaborar en todo momento para que en nuestro pueblo se pueda vivir la confirmación de nuestra libertad en el amor y en el perdón.

Todos: Amén

Se canta y se camina hacia donde se encuentra el conjunto escultórico de bronce donde está Juan Diego entregándole las flores al obispo, fray Juan de Zumárraga, tilma en donde se ve plasmada la imagen de Santa María de Guadalupe.

Padre nuestro…

10 Aves Marías…

Gloria…

María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora.




QUINTA ESTACIÓN


El Lector inicia la introducción de la Quinta Estación

El Matrimonio

Entre los indígenas la tilma es una prenda muy importante. La Virgen de Guadalupe plasma su imagen en la tilma de Juan Diego, Ella, con su propia imagen, sus dibujos y colores, dignifica la tilma del macehual ennobleciéndola; Ella, al plasmarse en la tilma del indígena manifiesta su protección y su cuidado, como Ella lo dice: “Acaso, ¿no estoy yo aquí que tengo el honor y la dicha de ser tu Madre?”. La imagen de Nuestra Señora de Guadalupe tiene como centro, a la altura de su Inmaculado Vientre, a Jesucristo Nuestro Señor, así Ella nos indica que al plasmar su imagen en la tilma de Juan Diego, al mismo tiempo plasma a Jesucristo, quien es nuestro sustento, quien hace una maravillosa alianza de amor con todos. Ella hace un verdadero matrimonio espiritual con el pueblo, ya que al plasmar su imagen en la tilma Ella anuda su vida, se entrega plenamente en el alma y en el ser del enamorado pueblo sencillo y humilde representado por san Juan Diego. Un verdadero matrimonio espiritual en donde está como centro Aquel que es la Alianza, la Nueva Alianza en el Arca Viviente que es María; Él, Jesucristo, nos quita todo miedo, toda angustia y todo temor, por medio de la ternura de su propia Madre. Jesucristo quien hace un matrimonio con su Iglesia, para construir juntos la Civilización de su amor.
El Matrimonio es el lugar en donde se procura la felicidad del otro, verdadera alianza en el amor en donde el egoísmo simplemente no tiene lugar. Matrimonio que es la entrega total del uno para con el otro realizando una plenitud y desarrollo. Matrimonio que tendrá los frutos del amor que es una verdadera consagración a Dios, es una relación en donde el centro es Dios mismo quien hace su “casita sagrada” en la unidad en el amor, una patria consagrada a Dios, por medio de su Santísima Madre, la Virgen de Guadalupe.

El Arzobispo: Oremos: Santa María de Guadalupe gracias por ser la portadora del amor de Dios, ayúdanos a mantener esta alianza especialmente en los matrimonios en donde tú imprimes tu bendita imagen para que se amen hasta que la muerte los separe, que puedan superar todo obstáculo y dificultad, y surjan fortalecidos y así puedan formar una familia llena de tu amor.

Todos: Amén

Se canta y se camina hasta la esquina Sureste del Atrio.

Padre nuestro…

10 Aves Marías…

Gloria…

María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora.




SEXTA ESTACIÓN


El Lector inicia la introducción de la Sexta Estación

El Sacerdocio

Santa María de Guadalupe pide un templo, que significa el crear una nueva Civilización del Amor de Dios, un templo al verdadero Dios y Señor, un templo, “una casita sagrada”, por lo que es un lugar en donde se hace familia, se forma la familia de Dios; es la Iglesia en donde Dios está como centro de esta nueva civilización. El mensajero de esta petición es el humilde laico, Juan Diego; y el dueño del mensaje es el consagrado, el humilde franciscano, primer obispo de México, fray Juan de Zumárraga. La Siempre Virgen María, Madre del Creador de todo el Universo, se somete a la autoridad del consagrado; no se hace nada sin que el obispo lo apruebe. Ella se somete al obispo, cabeza de la Iglesia, pues Ella es la Madre de la Iglesia, Ella forma Iglesia, Ella hace Iglesia.
El Gobernante sacerdote cuando escuchó por segunda vez el mensaje de Santa María de Guadalupe que le traía el humilde indígena, pidió una señal para poder creerle al laico Juan Diego; la señal fueron hermosas flores, variedad de flores extraordinarias que habían crecido, que se habían enraizado en tierra muerta, salitrosa, pedregosa y en un tiempo en donde no se daban las rosas, las flores, y mucho menos en medio de un frío que mataba toda vida; ahí, precisamente ahí, las flores crecieron, exactamente donde Juan Diego había escuchado los más preciosos cantos. Recordemos que en la mentalidad indígena “flor y canto” significa la verdad; así que la señal de la Virgen de Guadalupe era la verdad, la verdad la llevaría en su tilma el humilde indígena laico. Al llegar ante el obispo, Juan Diego le pidió que aceptara la señal de la Inmaculada Virgen Madre de Dios: las flores. Ahora entendemos que la máxima señal de Santa María de Guadalupe eran esas flores que representaban la verdad y éstas estaban dentro de la tilma; es decir, la misma persona del laico y que al aparecer en ese instante su imagen plasmada en la tilma se convierte en señal del amor de Dios; pero que ahora le pertenece al obispo, quien había pedido dicha señal; es decir, es el laico en las manos de quien hace cabeza de la Iglesia, es el laico en las manos amorosas de Jesucristo, pues el laico se encuentra dentro de una Iglesia viva en manos de aquel que hace la presencia de Cristo, el sacerdote, el consagrado, quien por medio de los sacramentos da la vida de Dios, hace palpitar a la Iglesia.
Gracias a la petición del consagrado tenemos la señal, una señal que todavía permanece entre nosotros, manifestando su amor por medio de las manos sacerdotales.
San Juan Diego no duda en llamar a los sacerdotes como: las imágenes de Dios, o los más amados del Arraigadísimo Dios por quien se vive, esto es una enorme gracia pero, al mismo tiempo, un gran compromiso y responsabilidad.

El Arzobispo: Oremos: Santa María de Guadalupe gracias por ser la portadora de la especial vocación de parte de Dios a la vida consagrada, a la vida en el Sacerdocio ministerial; ayúdanos a colaborar en la fidelidad a esta importante vocación, pues todos estamos comprometidos para que se escuche y se viva esta especial consagración al verdadero Dios por quien se vive.

Todos: Amén

Se canta y se camina hasta la esquina siguiendo paralelamente el lado de la calle fray Juan de Zumárraga hasta llegar a la esquina Suroeste del Atrio.

Padre nuestro…

10 Aves Marías…

Gloria…

María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora.




SEPTIMA ESTACIÓN


El Lector inicia la introducción de la Séptima Estación

La Confesión

Tanto la Imagen de Santa María de Guadalupe impresa en la humilde tilma de Juan Diego, como la narración que este mismo laico humilde expresó con todas sus particularidades, manifiestan un verdadero encuentro con ese único Dios, vivo y verdadero, que tocó el corazón de todos, tanto de indígenas como de españoles.
De una manera asombrosa se había difundido la fama del milagro y acudían todos con un corazón contrito, sedientos del verdadero amor. La conversión se dio de manera absolutamente asombrosa.
Todos contemplaban con asombro la Sagrada Imagen y escuchaban llenos de emoción el relato de cómo la Madre de Dios se había aparecido y cada uno de los signos de su maravillosa Imagen. Así se inició una de las conversiones más impactantes y maravillosas, sin precedentes en la historia de la Iglesia universal; en cerca de ocho años se convirtieron aproximadamente nueve millones de personas. El ser humano cuando se convierte, cuando se levanta y va hacia el verdadero Dios, se encuentra con lo que es su auténtica esencia y dignidad; como lo expresa el Papa Benedicto XVI cuando presenta la conversión del hijo pródigo: “Camina hacia la verdad de su existencia, «a su casa».”1
Este es el verdadero fruto del encuentro de Dios, por medio de Santa María de Guadalupe, una verdadera conversión desde lo más profundo del corazón que se dio en aquel siglo XVI, pero que ha sido constante hasta nuestros días. Poner a Jesucristo en el centro de la existencia nos dispone a actuar como verdadera familia, a ver al prójimo como verdadero hermano; la conversión se da en un corazón humilde, un corazón que es consciente de los errores y los pecados cometidos, un corazón que sabe pedir con sencillez la gracia del perdón y de la misericordia de Dios, quien con gozo y alegría lo otorga en el don del sacramento de la Reconciliación, liberándonos de toda esclavitud del pecado. Esta es la verdadera libertad para construir esta patria, esta nación, este mundo, para saber edificar este pueblo de gente humilde que sabe abrir su corazón para ser libre dando su vida por los demás siguiendo a su Señor y Salvador, para que con su poder y su gracia sepamos de igual forma perdonar y despedazar con amor las cadenas del odio, ser libres, plenamente libres para construir juntos la Cultura de la vida, la Civilización del Amor.

El Arzobispo: Oremos: Santa María de Guadalupe gracias por ser la portadora del Dios del perdón, gracias por darnos a Aquel que aún viéndonos lejos corre a nuestro encuentro y nos llena de su amor en el sacramento de la Reconciliación, liberándonos del pecado y dándonos la fuerza del Espíritu Santo para saber reconocernos como hermanos de Jesucristo nuestro Señor.

Todos: Amén

Se canta y se camina hacia la estatua de Juan Pablo II.

Padre nuestro…

10 Aves Marías…

Gloria…

María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora.

1. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, p.246.




OCTAVA ESTACIÓN


El Lector inicia la introducción de la Octava Estación

La Iglesia Sacramento de Salvación

Santa María de Guadalupe pide una “casita sagrada”, un templo, que es Iglesia Católica, sacramento de Salvación para el mundo entero. Ella nos sigue conduciendo a Jesucristo, que es la piedra angular de esta Iglesia.
La Doncella de Nazaret, la Morenita del Tepeyac, es la Madre de Dios y Madre nuestra y desde que tomó nuestra sangre nuestro color, tomó nuestra identidad y nuestra persona, nuestra historia y nuestra alma, dándonos a su Hijo, Jesucristo, Señor de la vida y de la verdadera libertad. Una independencia de todo lo que nos oprime, del pecado y de la muerte en esta “casita sagrada”, en este templo y en esta iglesia viva. Esta es la esencia de la evangelización, Ella es la primera discípula y misionera del Amor de Dios, la Morenita del Tepeyac, símbolo de la fraternidad que debe existir en y con todas las razas del mundo; en su rostro moreno estamos todos sus hijos. Todos los seres humanos por Jesucristo somos hijos de María, Madre de la Iglesia, Modelo de la Iglesia, Santa María de Guadalupe hace Iglesia, “Modelo de evangelización perfectamente inculturada”, como expresaba el Papa Juan Pablo II.
El pensador de origen chileno P. Joaquín Alliende dice: “Como pedagogía divina, la Encarnación se prolonga decisivamente en la vinculación del lugar, porque es tangible, porque la maternidad de la tierra no se puede olvidar. En Guadalupe, esa maternidad tangible es la manta de Juan Diego, la «tilma» donde el cielo pinta la imagen mestiza de María, y es la «Casita», el templo del Tepeyac que la Santísima Virgen exigió como cofre del nuevo icono que ella regalaba. La maternidad del Tepeyac establece la casa de encuentro de los pueblos mestizos en el ayer, en el hoy y en el mañana de América Latina y el Caribe.”2
Los obispos reunidos en torno al Papa Benedicto XVI, en Aparecida, Brasil, entre los cuales estaba el sucesor de fray Juan de Zumárraga, el Arzobispo Primado de México, el cardenal Norberto Rivera Carrera, plasmaron en el Documento final una maravillosa verdad llena del rocío del Tepeyac: “[María], así como dio a luz al Salvador del mundo, trajo el Evangelio a nuestra América. En el acontecimiento guadalupano, presidió, junto al humilde Juan Diego, el Pentecostés que nos abrió a los dones del Espíritu.”3 Y también los obispos proclamaron con alegría: “Todos los bautizados estamos llamados a «recomenzar desde Cristo», a reconocer y seguir su Presencia con la misma realidad y novedad, el mismo poder y afecto, persuasión y esperanza, que tuvo su encuentro con los primeros discípulos a las orillas del Jordán, hace 2000 años, y con los «Juan Diegos» del Nuevo Mundo.”4
Así que aquí está contenido lo sustancial de una verdadera libertad de amar en plenitud, destruyendo las cadenas del pecado y caminar juntos como hermanos construyendo una misma nación, un mismo pueblo, la cultura de la vida, una misma civilización del amor de Dios de la mano de Santa María de Guadalupe quien nos pone en el cruce de sus brazos en el hueco de su manto.

El Arzobispo: Oremos: Santa María de Guadalupe gracias por ser la portadora del Dios que da la verdadera libertad en el amor; gracias por el don maravilloso de la Iglesia, sacramento de salvación para el mundo entero, permítenos ser piedras vivas de esta amada iglesia, permítenos ser esa “casita sagrada” que desde nuestro corazón vayamos construyendo como hermanos de Jesucristo nuestro Señor.

Todos: Amén

Se camina hacia el estrado colocado en frente del Templo de Capuchinas.

Padre nuestro…

10 Aves Marías…

Gloria…

María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora.

Se realiza un canto final (El Ave María) y se termina la celebración con la oración final y la bendición:

El Arzobispo: Oremos: Padre de misericordia, que has puesto a este pueblo tuyo bajo la especial protección de la siempre virgen María de Guadalupe, Madre de tu Hijo, concédenos, por su intercesión, profundizar en nuestra fe y buscar el progreso de nuestra patria por caminos de justicia y de paz. Por nuestro Señor Jesucristo…

Todos: Amén.

El Arzobispo: Que el Señor esté con ustedes.

Todos: Y con tu espíritu.

El Arzobispo: Bendito sea el nombre del Señor.

Todos: Ahora y por siempre.

El Arzobispo: Nuestro auxilio es el nombre del Señor.

Todos: Que hizo el cielo y la tierra.

El Arzobispo: La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes.

Todos: Amén.

2. Joaquín Alliende Luco, Para que Nuestra América Viva, p.74.
3. DA, 269.
4.DA, 549.


DE NUESTRA SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO

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